No entiendo como muchos artistas rehusen de la “palabra” amparándose detrás de la humosa cortina que se interpone entre la obra y su comprensión y que se espesa con la frase “La obra habla por sí misma.”
Desde siempre he pensado que antes ha sido el verbo y luego la imagen. Aunque fuera un sonido gutural o un ruido descompuesto y poco comprensible, la palabra ha anticipado la imagen como concepto del yo transferido en el espacio.
El nacimiento de la pintura y la creación de la imagen se origina de un esputo de pigmentos sobre una mano apoyada a una pared de roca y sigue, en la contemporaneidad, anclada a esta matriz de orden endógeno: una tentativa de conseguir una transposición del interior al exterior sin llegar a traspasar el límite de la representación.
Es sabido que nunca tuve gran afinidad con la “pintura” y sus principios de representación. Esto no significa un rechazo completo hacia este medio, pero un cierto recelo a la hora de ponerme delante de un cuadro.
Nunca he podido definirme como pintor aunque haya usado este medio de expresión. Prefiero usar el pincel como un cincel, considerando el dibujo como algo imprescindible para esgrafiar y erosionar la realidad, para despojar de la mentira todo lo que se oculta detrás del pigmento, de la piel.
Elijo dejar lo sensible y lo emotivo en otros ámbitos y compartirlos con otras formas lingüísticas.
La escritura como consecuencia de la palabra, ha ido tomando relieve en mi obra y poniendo de manifiesto la dificultad de comprensión consecuente al desconocimiento de determinados códigos compartidos y asumidos por cultura y costumbre.
En la obra “Codice Docile” me enfrenté a la escritura automática poniéndome delante del teclado del ordenador y exigiéndome el uso de los que yo defino como “signos ortogonales y mudos”.
Me di cuenta que el tiempo de ejecución de tal escritura, me obligaba, en algún punto de su desarrollo, en tomar conciencia y elegir voluntariamente un signo respecto a otro, deslizándome hacia una elección en el ámbito estético, perdiendo así irremediablemente la posibilidad de conseguir un automatismo completo en la elaboración del texto.
Llegué a la constatación que lo automático está inversamente proporcional a la duración: a la inminencia, al tiempo.
Estoy convencido de que se pueden individuar los lapsos consientes a través de un profundo análisis relacionando la semiótica con la mecánica (la articulación de la mano, la sintaxis de la visión, los patrones secuenciales etc.).
En fin un “Codice Dócil”.
Massimo Pisani, Marzo 2014